jueves, 1 de enero de 2015

Capítulo piloto (El rincón de los sueños —novela—).

                Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac.

                Parecía como si las manecillas del reloj de pared se negaran a ceder. Estaba a tan solo dos minutos de que sonará el timbre. Ya tenía un plan, por supuesto. Ella ya tenía todos sus cuadernos y útiles en la mochila. Iba a ponerse en pie y saldría lo más rápido que pudiera. Empezaría a correr pisando la salida y seguiría así hasta llegar a la tercera parada de autobús, donde seguramente ellos ya habrían cedido.

                Ring, ring. Ring, ring. Ring, ring.

                Los tres timbres anunciaron la salida. Se colgó su mochila y salió a paso apresurado. La rubia la miró salir. Mierda...

                Cruzó los extensos pasillos del vestíbulo escolar. Los alumnos hacían desorden, se empujaban los unos a los otros, reían, hacían bromas. Ella tenía la vista al frente, aunque cada vez que alguien pasaba frente a ella bajaba la mirada y se estiraba las mangas del suéter. Acelero el paso. Logró salir de los infinitos pasillos y camino de manera intrépida hacia la salida.

                Justo como lo planeo, piso el exterior y empezó a correr lo más rápido que pudo. Con una mano sujeto su gorro, ya que el aire lo quería volar fuera de su cabeza. Dio una rápida mirada hacia atrás, nadie la perseguía. Aún así no se confió. Siguió corriendo por afuera del instituto. Sólo había una forma de cruzarse con ellos, y era que ellos se le aparecieran por la entrada principal. No le importo y siguió corriendo.

                Tomo aire y sintió un nudo en el estómago. Tres segundos...

                Sintió como le sujetaban el suéter por detrás. Uno.

                Después de haber sido jalada, fue empujada. Dos.

                Cayó, por poco, de cara. Tres.

                — ¿Qué ha pasado, rarita? ¿Necesitas lentes? —habló la rubia.

                —Creo que también necesitará frenillos después de ese golpe —indicó riéndose el seboso.

                Frida estaba harta. Estaba harta de que la trataran como les viniera en gana, pero no iba a dejar que vieran que le afectaba. Ella sería fuerte, no importaba que pasara... ella no les iba a dar el gusto. ¡A joderse todo! Se puso en pie, sacudió su uniforme, acomodo su mochila, se coloco el gorrito de forma adecuada y les dedico una mirada.

                Ellos siguieron insultándola pero no le importo. Estaba dispuesta a cruzar la calle y tomar el camino largo a su casa. Necesitaba caminar, calmarse y respirar el aire fresco. Frida puso un pie en la carretera.

                (...)

                — ¡No puedo creer que hayas hecho que te suspendieran por tercera vez en el año, Alejandro! Harás todo por cambiar tu comportamiento o yo misma me encontraré con tu padre para tomar la decisión final.

                — ¡A mí no me importa, mamá! Por mi, mándame con mi padre a China si tú quieres. Para lo que me interesa...

                Su madre soltó una carcajada amarga y sarcástica.

                —Por favor Alejandro, no me vengas con eso. No estoy pensando mandarte con tu padre ya. Si no cambias tu actitud, te mandaré a un campamento militar.

                — ¡No puedes hacerlo!

                — ¡¿Quién lo dice?! ¿Eh?

                —La ley. Tengo apenas dieciséis.

                —La ley dice que puedes ingresar cumpliendo diecisiete, y bueno, para eso no falta mucho jovencito.

                El semáforo cambió a rojo.

                — ¡Pero faltan cuatro meses para eso!

                —Cuatro meses suficientes para que aprendas a comportarte. Será mejor que empieces desde ahora, Alejandro.

                Alex bufó y se cruzó de brazos. Miró hacia la ventana.

                (...)

                Iba a lograrlo, iba a dejarlos atrás... pero entonces, paso esto.

                — ¡Hey! —Gritó apenas sentir que su gorro se deslizaba fuera de su cabeza—. ¡Devuélvanmelo!

                —Pero si me queda genial —soltó Oscar poniéndose el gorro. Frida se lo quitó a la fuerza y se dispuso a cruzar corriendo. No importaba ponérselo en ese instante.

                (...)

                Cerró los ojos. El semáforo cambió a verde.

                (...)

                Frida sintió la adrenalina.

                (...)

                Las llantas sonaron bruscamente y el abrió los ojos de golpe. El estrepitoso freno de su madre lo dejo aterrado.

                (...)

                Frida abrió los ojos y se miró. ¡Estaba bien!

                (...)

                Alex miró a la extraña pero tierna chica que casi atropella su madre. Cabello castaño, despeinado y enmarañado. Complexión normal. Ojos avellana... tenía la misma mirada que  pondría un cordero al mirar algo desconocido.

                (...)

                Frida miro a la señora al volante, luego al chico que supuso que era su hijo. Sentía que su corazón latía a mil por hora. Solo podía pensar en una cosa... miró a su izquierda para comprobar lo que temía: los tres medio cerebro y la rubia, se reían de ella. Frida miró su gorro en el suelo y se agacho para recogerlo y colocárselo rápidamente.

                Unos ojos verdes la observaban desde en frente y la hacían sentir incómoda, como un chiste... siempre se sentía así cuando la miraban.

                (...)

                Vaya... con gorro se veía más tierna de lo que pensaba.

                Un bip-bip lo aturdió. A su izquierda, su madre sonaba el claxon.

                — ¡Vamos niña! ¡Muévete del camino!

                (...)

                Frida reacciono y termino de cruzar la calle. Siguió con su plan de irse a casa, el cual le funciono ya que ellos no la siguieron.

                (...)

                Su madre piso el acelerador y siguió conduciendo. Los autos detrás de ellos se quejaron por el cambio de semáforo a rojo.

                — ¡¿Pero a ti qué te pasa, mamá?! ¡¿Casi la atropellas y luego la apresuras?!

                — ¡Ella cruzó la calle de forma descuidada! Y además, ¡¿tú quién te crees para hablarme así, eh?! ¡Soy tu madre! ¡Tenme un poco de respeto!

                — ¡Mamá, pudo haberse hecho daño!

                — ¡Pero no fue así y fin de la discusión! —gritó su madre dando por finalizada la conversación. El repitió la acción anterior a aquello. Bufó, cruzó los brazos y se dedico a mirar por la ventana. Ya se desahogaría más tarde con los chicos.

                (...)

                Estaba exhausta, solo quería dormir. Extrañamente... no tenía hambre. ¡Bien! Eso significaría que no tendría que aguantarse el hambre, o mejor aún, vomitar si es que comía. ¡Bienaventurados los que no tienen hambre! Cruzó la plaza y se dirigió a la caseta de vigilancia.

                —Buenas tardes, señor Javier.

                —Buenas tardes, Frida. Miguel ha tomado tu bicicleta, lo siento mucho... no lo he podido detener.

                Frida sonrió.

                —No se preocupe. Gracias por avisarme.

                —Por nada, buen día.

                —Igualmente.

                Frida se alejo de la caseta y paso la plaza. Se dirigió a casa de Miguel, su mejor amigo desde hace seis meses. Todo comenzó cuando él la vio llorando en el "árbol especial". Él la consoló, aunque siendo sincera... la primer reacción que tuvo al verlo fue miedo. Bueno, cualquiera se asustaría si viera a un chico de cabello azul... ¿no? En fin, Miguel y ella son muy parecidos, han pasado por muchas cosas, sus padres son divorciados y viven con sus madres. Ambos son risueños, soñadores, sensibles y con muchos secretos... aunque bueno, entre ellos aquello no es secreto.

                Llego a la casa de su mejor amigo. Toco el timbre dos veces y puso sus manos detrás de ella. Empezó a ocultar sus manos en sus mangas.

                — ¡Gorrita!

                Frida se giró y vio al peliazul dando vueltas en su bicicleta. Sonrió.

                — ¡Azulito!

                Miguel se acerco hasta ella. Se bajo de la bicicleta ágilmente y llego hasta ella. La abrazo. Frida le devolvió el abrazo. Rió en su interior... Miguel técnicamente era diez centímetros más alto que ella. La cubría perfectamente.

                — ¿Qué tal la escuela? —pregunto Miguel quitándole la mochila y poniéndosela él. Frida se negaría a aquello, pero Miguel no se lo permitía... así que dejo de intentarlo al mes. Aquello se hizo una rutina. También, al principio Miguel le quitaba el gorro, pero dejo de hacerlo cuando entendió que a Frida no le resultaba divertido.

                — ¡Pésima! Me volvieron a perseguir y me quitaron el gorro. Además, ¡casi me atropellan!

                — ¡Dios, Gorrita! Si esos te siguen jodiendo, iré yo a romperles la ma...

                — ¡Miguel!

                —Ya, pues. No diré groserías.

                Risas.

                —Bien, pero que conste son unos hijos de la... —Frida lo fulmino con la mirada— son unos hijos de la madre que los parió —dijo Miguel sonriendo. Frida rió.

                — ¿Trajiste las películas?

                —Creí que no lo preguntarías nunca —dijo Miguel enseñándole las películas—. Zombieland, estado de emergencia, rec, rec dos, rec tres, rec cuatro y zombies nazis.

                —Perfecto —sonrió.

                —He preparado fruta picada.

                —Doble perfecto.

                Risas. Miguel le paso el brazo por detrás del cuello y entraron a casa de Miguel.

Etiquetas: , , ,

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio